martes, 4 de junio de 2013

Dudas de un escritor rechazado

Después de esperar dos meses hoy he recibido la respuesta; la misma que me esperaba, la agente editorial, esa chica tan amable con la que he hablado un par de veces, me comunica que la agencia rechaza mi novela. Con tacto profesional y no exento de delicadeza me dice que la novela es correcta y que el desarrollo narrativo es bueno, aunque la corrección no es suficiente y al parecer le falta algo: singularidad y atractivo son las palabras que emplea.

Las cartas de rechazo constituyen todo un género, no me atrevería a llamarle literario, pero sí desde luego digno de ser estudiado. Un género que responde a unas reglas definidas de antemano aunque siempre supeditadas al talento de quien las redacta; el comienzo ha de ser la excusa por el retraso, porque no hay agente puntual en responder a una propuesta; con eso ya te vas haciendo el cuerpo y adivinas lo que viene, porque es fácil entender que si tu propuesta hubiera interesado no habrían tardado tanto en contestarte. El tono ha de ser cortés y educado, entre aséptico, lastimoso y solidario, y señalar siempre algún aspecto positivo que deje abierta una puerta a la esperanza del autor, al que por supuesto se deseará suerte en la empresa. Debe ser duro redactarlas a poca sensibilidad que se tenga. Aunque es verdad que hay que asumir que decir no forma parte del trabajo; no es personal, lo sabemos.

El escritor rechazado, por su parte, sabe que es un trance habitual y no debe desanimarse. En realidad, durante la tediosa espera uno intuye e interioriza que va a ser rechazado; la sorpresa sería lo contrario. Tampoco faltan argumentos para consolarse: el momento editorial que es malo (a él también alude amablemente la agente) y sobre todo que no son pocas las celebridades que antes de triunfar fueron reiteradamente rechazados por  agentes y editoriales que no supieron valorar lo que tenían en sus manos. No digo que este sea el caso, pero la duda siempre cabe y con mayor o menor fundamento a esa duda siempre podemos aferrarnos.

Porque es la duda lo que envuelve permanentemente al escritor; dudas que se acrecientan cuando te dicen que no van a apostar por tu novela. En realidad no te extrañas, porque eres tú quien mejor conoce o cuando menos intuye sus defectos y limitaciones, y cuando alguien los señala en realidad no hace otra cosa que confirmar lo que tú sabes.

Una vez hablé con una escritora de éxito y le conté que a veces sentía que lo que escribía valía la pena y otras veces que en realidad era muy malo; ella me contestó que sentía lo mismo, lo que en cierto modo puede servir de consuelo. La diferencia es que ella escribe, publica y es admirada por miles de lectores.

En todo caso tras el rechazo la sensación de frustración resulta inevitable. Una sensación que, no obstante, poco a poco se irá disipando porque estamos biológicamente diseñados para superar adversidades, y algún resorte interior en poco tiempo nos ilusionará con que el éxito, o el reconocimiento cuando menos, nos está esperando detrás de alguna puerta o al abrir algún correo que ni siquiera esperábamos.



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