sábado, 3 de agosto de 2013

La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons



Puede que en la traducción una buena novela se deje parte de sus encantos, y este debe ser el caso de la versión que yo he leído de 'La hija de Robert Poste', de la que José C. Vales, su traductor, ya nos advierte, honestamente, en la nota que antecede al texto.

Y debe ser así porque la que, según reza en la contraportada del libro, "está considerada la novela cómica más perfecta de la literatura inglesa del siglo XX', lo cierto es que, a mi modo de ver, deja bastante que desear, o cuando menos frustra ostensiblemente las expectativas que tan generoso comentario despierta. Por lo visto, y aquí está la clave de la cuestión, la brillantez cómica de la novela radica en que la transcripción fonética del habla rural del sur de Inglaterra resulta desternillante para los ingleses, si bien pasa desapercibida por mayor empeño y talento que derroche el traductor. Por otro lado, la novela discurre muy apegada a las circunstancias literarias e intelectuales de su época, la segunda década del siglo XX, en la que sus, al parecer, constantes guiños y referencias, suscitan sensaciones que el lector actual no puede aprehender.

Salvado lo anterior he de decir que la novela se deja leer pero en modo alguno entusiasma. En resumidas cuentas, la autora nos narra los avatares de Flora Poste, una educada y moderna joven londinense, que al quedar huérfana se ve obligada a recurrir a sus parientes, lo que la acabará llevando a Cold Comfort Farm, una estrafalaria granja de la Inglaterra profunda, propiedad de los Starkadder, sus no menos estrafalarios habitantes.

Una vez en la granja, Flora Poste sentirá la necesidad de modificar las costumbres rurales de sus parientes, aplicándose al empeño hasta conseguirlo en apenas unos meses. En el relato de esa transmutación se entretiene la novela, divagando a veces en situaciones que resultan artificiosas e inconsistentes, y en las que la credibilidad de los personajes se resiente. Todo ocurre, como por ensalmo, conforme a los deseos y planes de la joven Poste, sin que ello obedezca a una línea argumental convincente, tal vez porque en la concepción de novela la intención de convencer ni siquiera se contemple.

En el haber del libro hay que reseñar el cuidado estilo literario, evocador de la narrativa de las Bronte, algo arcaico pero coherente con la época que nos presenta. Como curiosidad a señalar, la autora nos indica con asteriscos los fragmentos a los que atribuye un valor literario singular, en los que, añado yo, el trabajo del traductor también merece ser destacado.


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