sábado, 7 de abril de 2018

Eva (Serie Falcó), la novela de Arturo Pérez-Reverte




Buscando la ecuanimidad entre los bandos en conflicto, Perez-Reverte afronta el reto poco usual de encarnar el protagonista de una entretenida trama de espionaje, durante la guerra civil española, en una especie de elegante y aventurero agente secreto, un romántico sin escrúpulos, si cabe la conjunción, tan enemigo de la República como de sus antagonistas en el propio bando nacional, al que se le encarga una delicada misión en el Tánger neutral de la época. 

Con el estilo solvente que le caracteriza, el autor logra plantear una trama que suscita un interés creciente en el lector, alternado el desarrollo de los acontecimientos con cuidadas descripciones de ambientes y escenarios: la oscura Alfama lisboeta convertida en soterrada trinchera de la guerra, una Sevilla plácida y glamurosa en el papel de retaguardia del ejército sublevado y, sobre todo, el Tánger exótico y sugestivo, a la vez fascinante y peligroso, que nos evoca su mítico y fugaz estatuto internacional. 

A través de la novela discurre un variado elenco de personajes hábilmente retratados como patriotas, asesinos o mercenarios, protagonistas de una historia que versa sobre lealtades, compromisos y tragedia, salpimentada de acción, erotismo y algunas dosis de violencia.


En definitiva, otra interesante novela fruto del oficio y talento del autor.

miércoles, 28 de marzo de 2018

Asesinato en el salón acristalado. Así arranca la novela.


Después de apurar un trago largo del vaso que acababa de servirse, todavía tuvo tiempo de esbozar una sonrisa satisfecha, y deleitarse en el regusto a madera y cerezas del licor, que esta vez le supo ligeramente amargo.
Una vez más le creían acorralado y se jactaban ufanos de haberle derrotado. ¡Cómo se equivocaban!, pudo llegar a pensar en el preciso instante en que una explosión de angustia le estalló justo en la boca del estómago.
“Ahora no”, masculló entre dientes, al sentir que sus piernas flaqueaban y se le helaban las sienes hasta el dolor. Le estremeció un sudor frío y los párpados se le hicieron muy pesados, se contrajeron los músculos de sus brazos y el vaso se precipitó desde sus dedos temblorosos, incapaces ya de sujetarlo. Dos, tres segundos, los últimos de amarga y desesperada consciencia. Después un golpe sordo y seco como el de un pesado fardo al desplomarse; una secuencia insufrible de convulsa agitación; quejidos apagados, arcadas, un pasta espumosa y blanquecina que asoma y se resbala desbordando la comisura de los labios; falta el aire. Por fin, casi anhelado, el desvanecimiento, boqueo esporádico, esfínteres que se relajan, los estertores de la muerte cada vez más espaciados.
Apenas cuatro minutos más tarde Emilio Herráiz yacía inerte sobre la pulcra moqueta de su pulcro y exclusivo apartamento de envidiado millonario; boca abajo, las piernas entreabiertas y los brazos extendidos abrazando el aire, la cara aplastada contra el suelo.
 Así lo encontró Remedios, su asistenta, cuando a la mañana siguiente, muy temprano, abrió la puerta del apartamento y se dirigió diligente y a pasos cortos y apresurados hacia el salón, fruncido el ceño y extrañada de encontrar encendidas tantas luces de la casa.

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